Entrevista a la familia Vidal y Moldes
Avelino Bouzón Gallego. Canónigo archivero de la catedral de Tui
El sábado 27 de septiembre de 2014, a las 12 horas, me recibió en su casa solariega de Seijas 14 Miguel Ángel Vidal Álvarez y su esposa Ana Dolores Moldes Martínez (Rula). Ana nació el 7 de abril de 1935, frente al otrora cuartel de Santo Domingo. Miguel Ángel estrena los 84 el 15 de noviembre, nació en 1931, tiene una memoria excelente y gran dinamismo, aunque está un poco duro de oído. El sábado 4 de octubre, a las 12,30, volví a verme con ellos para revisar el texto de la entrevista que se ofrece a continuación.

Casa de Miguel y Ana (Rula), en el centro, flanqueados por el nieto Miguel y la hija Genoveva Vidal Moldes (Veva)
Ana y Miguel, ahora que estamos al comienzo de un nuevo curso escolar, contadme algo de vuestra infancia, de las escuelas donde estudiasteis y de vuestros maestros.
Ana dice que estudió en la escuela de la señorita Socorro, situada frente al Asilo que hoy día se llama “Residencia San Telmo”. Miguel refiere que él hizo los estudios primarios en el “Colegio de la Milagrosa en Tuy. Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl”. Las profesoras eran todas monjas. Se aprendía mucho. El que cometía una falta de ortografía no aprobada. Antes del examen de ingreso para hacer el Bachiller, ya estudiábamos redacción, quebrados, etc. Tengo un fuerte recuerdo de sor Asunción porque usaba la “chasca”. Explica el interlocutor que eran dos tablillas cóncavas unidas por una ligadura. La profesora tenía la “chasca” sobre la mesa como instrumento amenazante, y la usaba golpeando con ella en la cabeza; otro medio coercitivo consistía en tirar por las patillas. “Pero enseñaba bien”, afirma Miguel. Todos los días iba a casa de mi tío el canónigo; allí comía, estudiaba, y a últimas horas de la tarde regresaba a casa de la abuela Genoveva y de la tía Carmen para cenar y dormir.
Con 9 años, recomendado por mi tío y padrino el canónigo Miguel Vidal Salgado, antiguo alumno del Pasaje (Camposancos – A Guarda), ingresé en el colegio de los jesuitas de Bella Vista deVigo. Entre internos y externos éramos unos 400 alumnos; al final de curso venía la banda de música de Mondariz y tocaba diana, recorriendo las camarillas para despertarnos. Después de pasar allí tres cursos interno, regresé a Tui y completé los 7 años de bachillerato en el colegio del “Santo Ángel” que dirigía D. Daniel Alonso Bernárdez. De los cursos nos examinábamos en el Instituto de San Irene de Vigo y para el examen de Reválida íbamos a Santiago. Después empecé a trabajar, pues entonces había trabajo.
Ana y Miguel, hablemos de la juventud, “divino tesoro”. ¿Cómo os conocisteis, cuándo fue el enlace matrimonial y qué sorpresas os deparó la vida?
Responde Miguel: “Desde los 17 años trabajé en el Banco Hispanoamericano de Vigo y hacia 1950 me trasladé a Tui”. Intervine Ana: “Yo llevaba el dinero de la funeraria de mis padres al Hispano y procuraba que me despachase él, siempre muy dispuesto a atenderme” (Miguel sonríe complacido). Apostilla el entrevistador: Allí surgió el chispazo que concluyó en boda. Prosigue Ana: “Nos casamos en la iglesia de Santo Domingo el 29 de septiembre de 1957, día del onomástico de mi marido”. Continúa el esposo: “Tuvimos nueve hijos, 4 mujeres y 5 varones; viven todos, trabajan y están bien”. Añade Ana, con los ojos brillantes: “gracias a Dios”.

O matrimonio Miguel e Rola, a filla Carmen coas súas dúas fillas, Marta no colo de Miguel e Laura.
Centrémonos ahora en la familia Vidal para aproximarnos a la personalidad del ilustre canónigo Miguel Vidal Salgado.
Miguel dice que es hijo único, pues a los 8 meses de su nacimiento falleció su madre Ángela y tres meses después perdió a su padre Antonio. Este, natural de Baiona, era oficial del Registro de la Propiedad en Tui, su madre se dedicaba a “sus labores”. Tiene un vivo recuerdo de su abuela materna, Genoveva Rodríguez Diz, natural de Tui, que se había casado con Ángel Álvarez Fonterosa, quien regentaba una ferretería ubicada en la calle Ordóñez, en el edificio inmediato a las escaleras que comunican con la Corredera, al lado opuesto a los Juzgados (antiguo comercio “Rogelio”). Comenta Miguel: “Mi padre Ángel, para evitar la incorporación a la guerra de Cuba (1895-1898), emigró a Brasil y nunca más se supo de él. Mi abuela –como una de tantas “viuda de vivos” que causó la emigración- quedó con las tres hijas: una murió muy jovencita, mi madre y la tía Carmen. Para salir adelante rizaban las albas y roquetes para los sacerdotes de la catedral y de la parroquia”. Según Miguel, la labor del rizado es muy fatigosa. Continúa Miguel: “Al principio la abuela Genoveva continuó dirigiendo la ferretería pero, hacia 1900, la dejó y abrió en su propia casa una pensión para sacerdotes y funcionarios de correos. Me parece que cobraba 5 pesetas al mes por persona, y más o menos en 1952 cerró”. Añade Miguel que la casa de Seijas 14 –su domicilio de siempre- era de su madre y de su tía Carmen, quienes la heredaron de un pariente, coronel de la Guardia Civil. Por otra parte, advierte el entrevistado que en aquel tiempo, en el entorno de la catedral había varias casas dedicadas al alojamiento de sacerdotes, pues el Cabildo y el Seminario generaban muchas tareas y ocupaciones, como los relacionadas con la confección de vestimenta para los sacerdotes y de ornamentos litúrgicos, que hacía preciso contar con sastrerías y zapaterías, labor de lavado y planchado, etc., etc. “De esta forma, en aquella época, antes de que la curia episcopal se trasladase a Vigo (1959), Tui era una ciudad culta y dinámica”, asegura Miguel.
Miguel, háblame ahora de tu parentesco con el canónigo Vidal Salgado.
Mi abuelo paterno se llamaba Miguel Vidal García, era médico en Baiona, y estaba casado con Josefa Salgado Fernández de Guevara; había nacido hacia 1879 en el seno de una distinguida familia de de Baiona, con domicilio en la casa de los Salgado, conocida como “a casa dos sete bonetes”. Me contaron que depositó un cáliz con incrustaciones de nácar en la colegiata de Bailona, para que lo heredase el sacerdote que hubiese en la familia, añade el interviuvado.
José Espinosa Rodríguez en su obra “Casas y cosas del Valle Miñor” (Vigo 1938, p.38-40) dice de la casa de los Salgado que se halla en la histórica villa y vulgarmente se conoce con el nombre curioso de “la casa de los siete bonetes”, sin que se sepa por qué razón. “En el siglo XVI vivía en ella su propietario el licenciado D. Pedro Salgado y Correa, personaje de relieve a quien el Concejo de la villa comisionó repetidas veces para presentarse ante el Rey a reclamar ciertos derechos”. Según el ilustre cronista, “la casa de los siete bonetes” la compró en 1880 el médico bayonés D. Miguel Vidal García, casado con Da. Josefa Salgado Fernández de Guevara, y hoy día “son sus dueños los hijos de este matrimonio, entre los cuales se halla el canónigo tudense D. Miguel Vidal Salgado”.

Miguel delante de la casa de su padrino el canónigo Vidal Salgado (rúa San Telmo, 26)
Prosigue Miguel con sus recuerdos. El canónigo Miguel Vidal Salgado era mi tío paterno y mi padrino; vivía en la casa de la rúa San Telmo 26, que había sido residencia de los jesuitas portugueses entre 1910 y 1923, año en que regresaron a Portugal. Miguel dice que los jesuitas se establecieron en el monasterio de San Fins de Fiestras (Valença). La casa se halla después del túnel de San Telmo, a continuación del edificio nº 28 que tiene grabado en el dintel de la puerta de entrada la siguiente inscripción: RACIONERO GALLEGOS [debajo] AÑO DE 1698”. (De estas casas tratan SUSO VILA-BOTANES, Pazos e casas de Tui, Tui 200, p. 108, y ERNESTO IGLESIAS ALMEIDA, 2000 años de historia tudense, Tui, 2012, p. 113-114.). El entrevistado concreta que la casa que dejaron los jesuitas portugueses, fue comprada por el canónigo Vidal y, hacia el año 2000, la vendieron dos de sus sobrinos. Recientemente el solar ha sufrido tantas transformaciones, así en la vivienda como en la huerta, que para Miguel resulta ya irreconocible.
De su tío y padrino, dice Miguel, que era muy ordenado en sus cosas, y muy austero; no presumía de ser canónigo, no usaba alzacuello rojo ni sotana filetata, “era muy humilde en su porte”. Le gustaba la apicultura, disponiendo de traje e instrumentos para la extracción de la miel de las colmenas que tenía en la huerta de su casa de la rúa San Telmo.
Ya estamos en 2015, 6 de febrero viernes, a las 15,20 horas pulsé el timbre del domicilio de Miguel y Ana, bajó Miguel a abrirme. Le dije: me interesa que me cuentes tus recuerdos de las fiestas de San Telmo para completar la entrevista y publicarla en el libro-programa de las fiestas del patrón de Tui de este año. ¿Mañana, sábado, vas a estar en casa? No, pero podemos hablar ahora, me contestó Miguel. Repuse, aún estoy sin comer, vengo a las 5 (a las 17 horas). A la hora convenida, me abrió de nuevo la puerta y me condujo a la sala de estar, donde encontré a su mujer Ana. Después de los saludos de rigor, no bien insinué el tema que me interesaba, Miguel inició el relato de esta guisa.
Cuando era un chaval, en la procesión de la fiesta salía solo la imagen de San Telmo, portada a hombros por los que aparecían, cualquiera del pueblo. Recuerdo que hacia 1945 había regresado de Argentina el emigrante José Durán Sierpes, conocido como “Che Durán”, que era un entusiasta de recuperar las tradiciones. Fue entonces cuando empezaron a procesionar otras imágenes de la catedral y las de las parroquias del Concello juntamente con la del patrono. A partir de finales de los años 60 e inicio de los 70 la imagen de San Telmo empezó a llevarse en carroza como se hace en la actualidad.
¿Cuánto duraban los festejes y cuáles eran las principales atracciones?
Responde Miguel. Las fiestas duraban tres días, el fin de semana, después se ampliaron a toda la semana, pero no eran días completos de diversión. Tampoco los comercios cerraban el día grande de la fiesta, sino que vendían caramelos, galletas, colonias, vajillas, etc., siendo los portugueses los mejores clientes, “compraban muchas boinas”, enfatiza el interlocutor. Un excomerciante me aclara que entonces había “los pases de rayano” para cruzar la frontera todos los días, pues los vecinos de Valença y su comarca no tenían pasaporte, pero “para los tres días de San Telmo le daban un salvoconducto que les costaba unos 5 o 10 escudos; esos días compraban de todo. Nosotros el día de la fiesta abríamos a las 8 de la mañana y no cerrábamos hasta las 12 de la noche”.
Continúa Miguel: los espectáculos que atraían más a los chicos eran “los caballitos con tracción a sangre”. ¿Eso qué significa?, le pregunto. Me contesta: había que empujar el tiovivo para ponerlo en marcha, al conseguir un poco de aceleración entonces los chavales se subían a los caballitos. No eran eléctricos, afirma con rotundidad. Además había las voladoras, que funcionaban a mano, y las barcas, también manuales. Esas atracciones ocupaban la calzada de la Corredera, no la zona del paseo, desde los soportales –la intersección de la Corredera con la calle Ordóñez- hasta la plaza de la Inmaculada, donde están los Juzgados.

Misa de la fiesta de S. Telmo (28 abril 2014), presidida por el obispo de Tui-Vigo, Mons. D. Luis Quinteiro Fiuza; a su derecha el obispo de Abancay (Perú), Mons. D. Gilberto Gómez González, natural de Albeos (Crecente). (Foto: M. Cortegoso).
Miguel, ¿cómo eran las celebraciones religiosas? ¿Qué personajes presidían las fiestas?
Era importante la novena de San Telmo y la procesión de las reliquias por la “Coronilla”. Hasta que vino fray José López Ortiz en 1944, la Misa solemne la presidía un canónigo, porque el obispo anterior había sido trasladado a Valladolid en 1938; se llamaba D. Antonio García y García. Recuerdo que cuando salía de palacio y me encontraba con él me decía: “¿Qué tal rapaciño? Reza por min”. Cantaba la Misa la “Schola cantorum” del Seminario, donde había en aquella época unos doscientos alumnos. Posteriormente se organizó la Coral Polifónica “Padre Salvado”, fundada hacia 1945 por D. Servando Bugarín Domínguez.
Para finalizar, dime algo sobre las verbenas y la concurrencia de público.
Las verbenas eran muy modestas -advierte el interlocutor-, solo había la banda de música municipal y venía una o dos orquestas que no cobraban un disparate como ahora. Las fiestas se remataban con una tirada de fuegos de luces, pero no con la luminaria actual. La afluencia de público era más bien reducida, pues no había coches, y la gente de los pueblos de los alrededores venía a Tui solo en Semana Santa y el día de la fiesta de San Telmo. También recuerda Miguel que entre los que trasportaban a los viajeros en carruajes de caballos había mucha competencia, y siendo pequeño oía a los cocheros que decían: “¡Viajes gratis y chocolate en Porriño!”. Evoca su infancia y añade: “Aún me acuerdo de ir a clases al domicilio de Rosendo Bugarín y jugar con una pelota de trapo en la calle Martínez Padín, por donde pasaba el coche de línea a la Guardia una sola vez al día”.
Muchas gracias, Miguel y Ana. Salud, y felices fiestas de San Telmo con toda la familia.